Valle sagrado de los Incas (Perú)
El hombre andino ha tenido que hacer frente, a lo largo de la historia, a condiciones naturales ciertamente adversas. La resistencia natural de los Andes a ofrecer terrenos cultivables fue vencida mediante la construcción de terrazas, y de importantes obras de canalización e irrigación que permitieron sacar el mayor partido posible a terrenos aparentemente poco favorables al cultivo. El frío de la sierra se combatía gracias al calentamiento proporcionado por pieles y por la lana de auquénidos. La necesidad llevó a la especie humana en los Andes a inventar sistemas de conservación mediante procesos de deshidratación, transformando la papa en chuño y la carne de llama en charqui.
En esta región fueron diversas las culturas que se desarrollaron hasta que impuso su poderío el estado inca. Y de la misma manera que en Mesoamérica, habrá elementos culturales que permanezcan asimilados por diferentes pueblos, y cuyo origen puede rastrearse hasta la aparición de las primeras civilizaciones.
La dualidad en el mundo andino
La vida en la región andina se teje en torno a un mundo dual, en que las dos partes no son opuestas, sino complementarias. Esa división se da en todos los aspectos que guardan relación con el hombre y su medio. Arriba-abajo, izquierda-derecha, hombre-mujer... son las mitades que dividen el cosmos y el universo mental de los habitantes andinos. Esa dualidad se plasma en las mitades hanan-hurin que definen tantos aspectos de la vida de aquella región. Esto era así antes del proceso de desarrollo y formación del imperio inca, y este pueblo lo asumió e implantó en todos los territorios del Tahuantinsuyu.
La complementariedad masculino-femenina está presente en múltiples actividades, que van desde los rituales religiosos hasta las tareas domésticas. En el máximo nivel del estado la dualidad viene representada por los dirigentes, el Inca y su esposa-hermana, la Coya, que a su vez reflejan el orden cosmogónico basado en la cúspide religiosa marcada por la presencia del Sol (Inti) y la Luna (Killa).
Parece que esta dualidad era también llevada al plano de sucesión, concebido en línea paterna para los varones, y materna para las mujeres: los hombres se sentían descendientes de sus padres, mientras que las mujeres se percibían como descendientes de sus madres. Igualmente constatamos la complementariedad en las tareas llevadas a cabo por hombres y mujeres, que si bien no eran tan estrictas que no pudieran intercambiarse, se concebían unas específicamente masculinas y otras más adecuadas para el desempeño femenino de las mismas. De esta manera se concebía la presencia indispensable de unos y otras para el correcto y equilibrado funcionamiento de todos los ámbitos de la vida, pública y privada.
Igualmente esta dualidad se va a dar en las creencias. Un viejo mito habla de la esposa de Pachacamac, que forzada por un jaguar dio a luz a dos hijos, que con el tiempo subieron al cielo, convirtiéndose en el sol (máximo exponente de los masculino) y la luna. Igualmente constatamos cómo una de las divinidades más antiguas, el dios de las Varas , cuyas representaciones se encuentran desde la cultura Chavín hasta Tiahuanaco, tendrá su versión femenina en la representación de la diosa de las varas, hallada en una tumba de Paracas necrópolis. Esta r femenino aparece como senos representando ojos y vajina con dientes y colmillos entrecruzados.